viernes, 12 de diciembre de 2008

El Camino


Llevaba ya un tiempo sintiéndose extrañamente vacío. Por las mañanas despertaba como con el pecho hueco, repleto tan solo de una negrura inconmensurable. Es joven aún, pero en el paso de estos últimos años, el hueco se siente cada vez más como una punzada… cada vez más intensa.

Todos los días dedica un rato para preguntarse qué es aquello que le falta, que es aquello qué le hace sentir así. Mira a su alrededor y se pregunta si el resto siente lo mismo que él pero en sus ojos no ve la respuesta. No sabe si les pasa que en la rutina del día a día se siente como el alma se revuelve dentro, incómoda por estar sintiendo que se pasan las horas sin aprovechar, vacías, huecas como ese agujero que tiene en su pecho, y todo a pesar del ritmo frenético declarado abiertamente en su entorno, a pesar de su trabajo que le absorbe pero que a cambio no le da nada que le haga sentir satisfecho, a pesar de esas tardes disfrutando del ocio enlatado del que nos abastece la gran ciudad, aquello supuestamente divertido que, en contraposición, le hace sentir como tiempo que se escabulle dejando una hilera de carcajadas burlonas.

Tiene la impresión de que el resto no ve lo que él percibe, es como si no tuvieran ya tiempo ni para pensar más allá… o ganas. Es como si dentro de esa vorágine diaria, sucumbieran a ella sin poder zafarse y salir fuera para ver esas necesidades que seguramente su alma vocifera pataleando en espera de ser escuchada.

“Claro,”- pensó el joven - “cuando el alma se desgañita, empieza a marchitarse como las flores ante el frío invernal, así ya no sienten este vacío.”

Se dio cuenta de que a él no le ocurriría eso, él era lo que a partir de ahora llamaría un Buscador: buscaba dentro de él aquello de lo que estaba compuesto, aquello que intentaba brotar de forma natural desde dentro hacia fuera. La sensación de vacío es debida a que no es fácil dejar brotar espontáneamente aquello que surge de uno cuando las obligaciones, cuando la vida diaria e impuesta, ocupa la mayor parte del tiempo. Es difícil acallar esa hambre mientras se intenta encajar en el sistema. Y no se volvería un Conformista, como aquél que se resigna a aquello que considera su supuesto sino, sin siquiera permitirse el pensar en dejar salir aquella necesidad espiritual con la que todo ser humano nace, cambiando sus principios por los principios enseñados, haciendo suyas supuestas metas que toda persona debe ansiar (ser rico, poderoso, tener un puesto más alto en el trabajo…) sin darse cuenta de que no está siguiendo El Camino, aquella senda potencial que estaba destinado a recorrer negando así su verdadero sino. Sabía que no sería fácil, y que el trayecto resultaría amargo, pues aquél hambre posiblemente solo se acallaría completamente con la muerte, pero… ¿de qué servía entonces estar vivo?

“Sería mejor que me lo tomara todo con más calma.”

Y así fue como pilló unos días de vacaciones, sacó un viejo cuaderno de los que usaba cuando estaba estudiando y comenzó a escribir. Desde dentro hacia fuera. Trazando su Camino reencontrado, ese que le había elegido y que en el albor de la Creación, ya estaba ahí desde antes de que naciera el Tiempo.