
Nerei corre por el jardín con su vestido preferido, ese que tiene tan parecido al de su mamá, azul, de tirantas, que siempre está pidiéndole que se lo ponga a la vez que ella. Va en dirección a los columpios, con la intención de llegar esta vez a las nubes blanditas. El otro día se quedó muy, pero que muy cerca y pensaba que esta vez lo conseguiría si tomaba un poquito más de impulso. A ella le gusta sentir el viento dándole en la cara mientras toma velocidad, a esa edad, todo parece más real: los colores son más vivos y las sensaciones también; todo se vive con más intensidad antes de que el mundo se cubra con el velo que tienen en sus ojos los adultos, aquél que adormece los sentidos y que hace que la realidad sea como un sueño, en vez de que los sueños sea pedazos de realidad.
Nerei se baja del columpio, tampoco hoy a llegado a alcanzar las nubes… debe ser que es pequeña y aún tiene que crecer para ganar fuerza. Así que decide ir a buscar vinagretas, para hacer un collar con estas flores mientras chuperretea alguno de los tallos. En la recolección puede ver como hilos de hormigas llevan su alimento hacia su casita, admirada por la coordinación que tienen entre ellas, como si fueran partes de un único ente. El jardín es un amplio universo aún por descubrir.
Le gustan las puestas de sol, por los colores que se despliegan en el cielo, rojos y anaranjados sobre azul intenso, y piensa en lo grande que es todo, en la cantidad de rincones que le quedan ocultos, y en la magia que rodea a cada uno de esos rincones.
Es la época en la que todo es posible, donde la línea entre realidad y ficción aún no está definida, en la que los reyes magos existen, las hadas se camuflan en la maleza y las brujas acechan a las victimas que serán ingredientes para sus pociones que elaboran en enormes calderos humeantes y burbujeantes.
Leyendo: Alicia en el pais de las maravillas – Lewis Carroll.