Despertó terriblemente fatigado. Otra noche turbulenta de sábanas revueltas y aquel sueño perturbador que no le dejaba descansar.
Se lavó la cara con agua fría y al mirarse al espejo vio su rostro demacrado de perforadas ojeras que enmarcaban unos ojos rojizos.
Lo peor... aquella pesadilla reiterativa estaba afectando su vida. Sus amigos lo miraban extrañados por su comportamiento fuera de lugar. Su novia sufría con sus accesos de mala leche y su bordería incipiente. Tenía que poner fin a todo esto.
Así fue como planeó acabar con ese ser maldito: en un arranque de decisión y aplomo trató de usar la violencia contra él, pero, sin saber cómo, terminó bailando un vals, agarrados, girando caleidoscópicamente, mientras se superponía música festiva y popular con una risa abisal proveniente de aquel ser... pero no de sus cuerdas vocales, si no del estómago como muestra de gran habilidad ventrílocua.
Giraban y giraban, una vuelta tras otra y el horror iba "in crescendo". Vuelta tras vuelta, cada vez más rápido, mientras los rasgos del ser se iban difuminando por la velocidad hasta que solo se percibía un borrón blanco...
... y después, La Nada, el tenue resplandor de una luz ausente de color que lo cubría todo.
Fue un instante de cuya intensidad surgió una vida entera. Luego, volvieron las imágenes.
El ¿sueño? estaba pintado con recuerdos de su niñez. Estaba en el campito verde de al lado de la casa de su abuelo, que vivía en un pequeño pueblo apartado. A su lado estaba Sara, tan bonita como siempre, con sus bucles de cabello rubio reposando sobre los hombros y los labios suavemente rosados, evocando una imagen de inocencia y juventud. No debía sobrepasar los ocho años. Estaba tejiendo una corona de vinagretas bajo un día azul de primavera. Él la miraba con ojos de niño que había descubierto el primer amor. A esa edad los sentimientos son puros y cristalinos como el agua del arroyo que circulaba cerca y cuyo rumor acompañaba en todo momento a la escena.
Por un instante le impresionó el color, todo era muy radiante y vivo, lleno de contrastes como el sentir durante aquella edad.
- De mayor seré princesa y llevaré una corona de las de verdad.- dijo Sara con cierto tono repipi mientras se ponía las flores tejidas sobre su cabeza.
- Cuando seamos mayores, Sara, yo seré príncipe y te construiré un castillo de altas almenas donde vivirás conmigo como princesa.
Sara rió traviesamente: "¡Tonto! Los príncipes ya no viven en castillos".
La imagen se apaga y es sustituida por otra: ahora Sara tiene 14 años y su figura comienza a tener formas de mujer. Tan radiante como el sol, iluminando la oscura noche, le dedica una sonrisa para proseguir diciendo:
- Sabes que mañana me voy, comienzo el instituto y mis padres piensan que es mejor que esté en un internado. Se supone que tiene mucho renombre y que me abrirá las puertas en el futuro.
- No te vayas, Sara, quédate aquí si es lo que quieres, nadie tiene derecho a manejar tu vida, ¿quién se creen para decidir por ti? - contesta en un acceso de pueril rebeldía.
- La vida no es tan simple, no siempre se puede hacer lo que uno quiere, a menudo se debe hacer lo que te dicen que hagas aunque no sea como pensabas. ¡No queda otra!
Fundido en negro.
Se encuentra en un andén un día casi otoñal, esperando al tren que le llevará a la ciudad donde comenzará los estudios de su carrera. Los colores han cambiado, ahora es todo más monótono y tirando a gris. Siente un halo de intranquilidad no muy perceptible pero que clama desde muy profundo, como un grito que se apaga debido a la distancia. Su madre le ha convencido de que lo mejor era estudiar derecho, que su tío Fran tiene un próspero bufete donde, con el tiempo, podrá llegar muy alto. Pero la verdad es que no está muy seguro de querer ser abogado... bueno, no está muy seguro de nada, salvo de la paz que siente cuando pasa horas contemplando la naturaleza, y dejar que su mano fluya, pincel arriba, pincel abajo, sobre el papel. "Pero eso no da de comer", sentencia la voz de su madre en su cabeza.
Despertó del sueño muy aturdido, algo liberado, pero muy aturdido. Se levantó de la cama y subió las persianas, había mucha luz y el bullicio de los coches por la gran avenida insinuaban que llegaría tarde al bufete. Ante la realidad, no podía deshacerse de la sensación que le embargaba... que su supuesta vida feliz no era más que papel maché.
sábado, 15 de agosto de 2009
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