París, la llaman la ciudad de las luces. Preciosa, aterrizando en el avión, al anochecer, se llena de lucecitas que la hacen brillar de un lado a otro del horizonte. Espectacular imagen que se graba en mi retina.
París, cosmopolita, llena de gentes del mundo, mezclas maravillosas de razas que dan lugar a personas realmente bellas y asombrosas. Como una niña pequeña, observaba a la gente de mi alrededor, boquiabierta ante tanta diversidad y belleza. Ojos rasgados azules intensos y rasgos japoneses rodeados de pelo rubio rizado. Ebano adornado con matices dorados y ojos con forma de almendra.
París, su arquitectura tan bonita, la estructura de sus calles estudiada y armónica. Cada paseo era saturación de composiciones bellas sobre las que se derramaba una luz preciosa realzándolas y formando vistas espectaculares. Imágenes del río sena y de la torre Eiffel al atardecer impresas en el cerebro como un cuadro impresionista.
París y sus fondees de quesos y aceite, su confit du canard y su comida variada y muy rica. Cerveza en Irish Pubs y despierta hasta las tantas viendo alguna que otra película.
Y una compañía que me ha hecho sentir como en casa a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia. Gracias por cada uno de los momentos parisinos vividos, que me han hecho salir un poco del hastío que colma la monotonía de la vida diaria, que siempre intento romper. He vuelto a asombrarme como una niña pequeña que está descubriendo el mundo por primera vez y su Belleza.
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