Caminado el caminante bajo un sol abrasador:
"¿cuándo se pondrá este sol tan ardiente?¿cuando llegara una nube que lo aplaque?"
El caminante sigue caminando y ora al aire que deje de abrasar el sol.
Pasado un tiempo andando el sol se pone, dando paso a la oscuridad de la noche .
"que bien, ya no abrasa el sol, que bien, su luz no me deslumbra al reflejarse en el camino"
Y sigue andando el caminante y las estrellas tintinean y la luna sale inmesan y blanca, ¡que bonita es, que hermoso el tintineo de las estrellas!
Pero el frío de la noche cae, la humedad se escurre por las hojas de las plantas calando también los huesos de nuestro sufrido caminante.
"no sabía que la noche fuera tan fría! y la humedad esta mojando mi ropa hasta llegar a la piel... además, la oscuridad apenas me permite ver que me espera unos metros más adelante, con el sol estaba seco y veía claramente... ¡ojalá salga el sol y me alumbre!"
y así, caminado despacito continua el camino nuestro caminante, hasta que el sol vuelve a salir, radiante, en el horizonte:
"¡gracias a dios, nuestro astro rey sale a saludarme! que caliente mi cuerpo y pueda ver las dificultades de la senda"
pero, ¡oh! terrible e implacable, el sol comienza a calentar y a calentar, y nuestro errante amigo empieza a sudar y a sentir los rayos que apuntan sobre su cogote sugiriendo el peso de barras de hormigón sobre su espalda...
"¡hay! ¡dios intangible y eterno! por favor, quitame esta pesada carga, apenas puedo continuar recorriendo el sendero con este sol abrasador...",
como si, en el caso de que mencinado dios existiese, fuera persona para escuchar plegarias y cumplirlas...
Pero la fortuna quiere que el viento lleve unas nubes que se superponen a este sol tan ardiente, y poco a poco nuestro sufrido caminante empieza a notar que el ficticio peso se aligera.
"¡que bien! ¡ahora puedo andar con libertad! la luz ya no me deslumbra y no tengo q fruncir el ceño para poder ver el camino"
Pero, ¡oh! ¡cosas del destino! de las nubes comienza a caer agua mojando el suelo y ha nuestro peregrino, que ahora tiene que ir con cuidado esquivando los charcos de la embarrada senda
"¡que vida esta! ¡por que todo me pasa a mi! ¡dios me odia, seguro que es eso!"
Como si, en el caso de que mencinado dios existiese, fuera persona para odiar a otra persona.
Y asi nuestro caminante sigue, por el largo sendero de la vida. Su maldición más grande no es el clima, ni lo que le acontece durante su jornada; si no él mismo, ser humano y desconocerse tanto como el camino que recorre.
jueves, 15 de junio de 2006
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1 comentario:
Cuanta razón... somos nuestros peores enemigos.
Yo tomaría otra conclusión después de leer esto... basta ya de tanto quejarse y busquemos soluciones (un paraguas para este caso, por ejemplo ;)
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